Para 2020, había 272 millones de personas migrantes en el mundo, 45 millones más que hace 3 años, dos terceras partes de los migrantes se deben a razones económicas, la pauperización del trabajo y las crisis cada vez más frecuentes y más profundas han agravado los movimientos migratorios, además de los provocados por los conflictos armados, que constituyen el otro 30% y se consideran como migraciones forzadas.
Inicialmente considerábamos que la migración para Latinoamérica era fundamentalmente masculina, pero desde 1960 es casi igual entre los géneros. En 2019, el 48% de los migrantes internacionales eran mujeres y el 74% se presenta en edad productiva. La India es el país de origen que mayor cantidad de migrantes tiene, le sigue México y en tercer lugar se encuentra China con 17.5, 11.8 y 10.7 millones de personas respectivamente. Las remesas internacionales ascendieron a 689 mil millones de dólares las mismas que dejan anualmente una importante comisión beneficiando fundamentalmente a los Estados Unidos.
Aunque la migración se considera un derecho desde 1948, el hecho es que los individuos al migrar pierden todos sus derechos. Cuando consiguen trabajo son los más mal pagados, con las jornadas más extenuantes, sin derechos laborales, sin atención médica, corriendo el riesgo de ser asesinados, crímenes que quedan impudentes.
En particular las mujeres se colocan en una situación mayor de vulnerabilidad ya que son víctimas de violencia sexual en todas sus formas, incluso para poder conseguir su condición de migrantes tienen que ser víctimas de trata de personas. De acuerdo a diferentes fuentes, se reporta que entre 6 y 8 mujeres de cada 10, son víctimas de violación en su ruta de migración de Centroamérica a los EE.UU.
Las principales ocupaciones destinadas a las mujeres que migran son como trabajadoras del hogar, de cuidado y de servicios que las ubican en condiciones muy precarias de trabajo y sin protección legal. Resultan peor sus condiciones laborales si no consiguen su estancia de manera legal, la otra opción es que trabajen en el comercio sexual que ha aumentado en la misma proporción en que ha aumentado la migración internacional. Otras fuentes de trabajo es la industria textil, la industria agropecuaria, la hostelería. Esta realidad les impone condiciones serviles y humillantes de trabajo además de la precarización, reproduciendo patrones de discriminación de género, los mismos que entre otras razones las orillaron a convertirse en migrantes, como son acoso y violaciones sexuales, matrimonios forzados, violencia doméstica.
El abuso sexual y la violencia provocan un aumento de embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual, recién nacidos con bajo peso así cómo abortos clandestinos con complicaciones fatales.