Estamos llegando a un punto donde se está pasando de tocar fondo, en la crisis económica que se expresó con la caída en mayo del 21.6% del PIB, a una aparente recuperación, y decimos aparente porque a pesar de que, en los últimos cuatro meses, ha habido una “recuperación” de la economía respecto a mayo, en el mes de septiembre el PIB cayó 6.9% (respecto al año anterior). El más reciente informe del INEGI incluye estimaciones sobre el desempeño de las actividades secundarias y terciarias, las cuales se contrajeron durante septiembre un 8.5% y un 7% a tasa anual, respectivamente, lo cual proyecta, que a nivel anual, a pesar de ser la segunda economía de América Latina, México tendrá una caída anualizada del PIB del 10%, este dato en sí mismo, refleja que la crisis económica actual es una de las más graves que ha sufrido el capitalismo en México en los últimos 100 años.
Pero no sólo ello, por la profundidad de la crisis y la “aparente” recuperación económica de los últimos cuatro meses, se está abriendo paso una fase de depresión, en donde no se recuperan los niveles de crecimiento, precedentes a la crisis, de por sí bajos, y en cambio se extiende un largo periodo de estancamiento, desempleo masivo, extensión de la miseria, combinado con el aumento de muertes por Covid-19 por el repunte de la pandemia de los meses octubre-diciembre, con su inevitable repercusión sobre la economía.
Esta proyección, de la fase de crisis a la depresión, implica para la clase obrera y los trabajadores el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo, pero ello no es inevitable, porque el factor de la organización y la lucha en condiciones difíciles por las repercusiones de la crisis y la pandemia, nos obliga a redoblar esfuerzos, históricamente, en las condiciones más adversas, la clase obrera y los trabajadores han dado muestra no sólo de disposición a la lucha, sino capacidad política para hacer valer los intereses de clase.