“De todas las artes, la que más nos interesa a los revolucionarios es el cine”.

Vladimir Ilich Lenin.

Sergei Mikhalovich Eisenstein nació en Rhiga (actual capital de Letonia), en 1898, dentro del seno de una típica familia judía burguesa decimonónica. Desde muy joven destacó en la realización de dibujos y viñetas satíricas, actividad que lo acercó al teatro bajo la tutela de Vsévolod Meyerhold, quien tras la Revolución de Octubre de 1917, se convirtió en un destacado impulsor del teatro soviético. Luego de la toma del Palacio de Invierno por parte de los bolcheviques, Eisenstein abandonó la carrera de ingeniería para enlistarse en las milicias populares y en 1920 se convirtió en director del teatro obrero. Para 1923 dejó de colaborar con Meyerhold y se abocó completamente al cine.

Su primera producción escénica se tituló: Hasta el más sabio se equivoca, y en ella combinaba teatro, cinematografía, artes circenses y music hall. A partir de ese momento comenzó a concebir el séptimo arte como la síntesis de todas estas y, bajo esta lógica, realizó su primer filme: La huelga (1923), galardonada en la Exposición de París de 1925. En ella se relata la brutal represión de una lucha obrera. Posteriormente realizó su obra maestra: El acorazado Potemkin, estrenada en el Teatro Bolshoi en diciembre de 1925, con motivo del 20 aniversario de la Revolución de 1905, en la cual está inspirada la cinta. Gracias a El acorazado, Eisenstein ganó el reconocimiento absoluto del régimen bolchevique y del pueblo en general.

Lo anterior le permitió contar con un apoyo irrestricto para llevar a cabo su siguiente largometraje, Octubre, el cual conmemoraba el décimo aniversario de la Revolución de Octubre de 1917 y que está basado en la obra del periodista estadounidense John Reed (Diez días que conmovieron al mundo). El rodaje, con jornadas de hasta 40 horas ininterrumpidas se realizó en Leningrado, duró seis meses, participaron más de 100 mil personas y se utilizaron 49 km., de película (sólo 2 mil se utilizaron para la versión final). Posteriormente realizó Lo viejo y lo nuevo (1929), que relataba el proceso de colectivización de la tierra desde la óptica de la protagonista del filme, Una campesina llamada Marfa. Sin embargo, este nuevo trabajo no tuvo la misma aceptación debido a que abandonó la idea —completamente innovadora y contraria al cine occidental— desarrollada en El acorazado Potemkim y Octubre, consistente en utilizar como principal protagonista a las masas hacedoras de la historia y no a individuos específicos.

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Por PCMML

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