La caída del bloque socialimpertailista soviético en los años 90 del siglo pasado –aun cuando sus dirigentes revisionistas hacía tiempo que se habían apartado del marxismo-leninismo y, por tanto, de la construcción del llamado Socialismo Real– sirvió, entre otras cosas, para que la propaganda burguesa pretendiera sustituir la filosofía materialista dialéctica por una “nueva” filosofía idealista y anticientífica, denominada postmodernismo que se fundamenta en desarticular el todo en infinitas partes para ocultar la única realidad indiscutible: la explotación de la burguesía sobre el proletariado y el resto de clases dominadas. Su objetivo final es diluir en luchas fraccionarias y parciales (ecologismo, animalismo, feminismo… ) las contradicciones del sistema capitalista para perpetuar el mantenimiento de las relaciones de producción capitalistas y retrasar la ineludible revolución proletaria.

Uno de los principales frentes del postmodernismo, en su función desintegradora del movimiento real de emancipación anticapitalista, es el nuevo feminismo pequeñoburgués dominante que se caracteriza por su idealismo, su misandria y el uso de una nueva palabrería pseudocientífica que oculta su miseria intelectual y las falacias de un movimiento que no deja de ser la otra cara del machismo (como la socialdemocracia es la otra cara del fascismo) pero que, habida cuenta de la total claudicación de las “izquierda progresista” a los postulados neoliberales, se convierte en signo identitario de la misma para tratar de diferenciarse de la “derecha reaccionaria” y mimetizar su total concordancia en las cuestiones económicas de peso.

Nuestro deber revolucionario es hacer valer la frase de Friedrich Engels: “si no vamos a ir en contra de la corriente popular de tonterías momentáneas, ¿qué demonios es nuestro trabajo?” (carta del 4 de febrero de 1889 a Laura Marx/Lafargue) y combatir esta nueva aberración burguesa contraponiendo la realidad material de la cuestión de la liberación de la mujer al discurso antihistórico y antimaterialista del mal llamado feminismo radical.

Hacernos creer que la condición de mujer (condición de género) está por encima de la pertenencia de la mujer a una determinada clase social es darnos atole con el dedo y no entender que no es lo mismo la lucha de la mujer campesina indígena chiapaneca por heredar la tierra que las pugnas interburguesas porque el presidente de una megacorporación lleve falda o pantalones.

El “empoderamiento” femenino no es más que el nuevo anhelo de la vieja pequeño burguesía por entrar por la puerta falsa al seno de la burguesía: el hecho de que Margaret Thatcher o Angela Merkel alcanzasen la cúspide del poder político burgués no cambió, sino todo lo contrario, las condiciones materiales de la mujer proletaria que siguió siendo la fábrica de la mercancía más rentable en manos de la burguesía, los nuevos proletarios que sustituirán a los ya inservibles para la explotación capitalista, y , al mismo tiempo, parte del ejército industrial de reserva que permite una mayor extracción de la plusvalía por parte de la burguesía. La famosa canción “Las que se ponen bien la falda” es el paradigma de la contradicción de esta “nueva filosofía”, pues critican la idea burguesa de la mujer como objeto sexual al servicio del hombre y, en lugar de aparecer con el discreto “pijama” unisex de las tropas del Vietcong, muestran sus curvas ataviadas con la última hora de la sexista y provocadora moda de los diseñadores de la burguesía, para deleite de los “machos” de turno.

La absurdidad del discurso feminista radical de la “deconstrucción de la masculinidad” parte de premisas apriorísticas y anticientíficas en la que el varón es “machista por naturaleza” y la mujer machista está “alienada por el entorno”, olvidando que el matriarcado fue parte fundamental de las sociedades humanas primitivas y que fue precisamente la aparición de las clases sociales y la propiedad privada las que impulsaron el patriarcado, demostrando una vez más que son las condiciones económicas materiales las que determinan la conciencia social y que son las clases dominantes y no los sexos los que hegemonizarán la cultura oficial de las sociedades humanas.

Las superestructuras de las mismas sólo serán matizadas por el desarrollo de la lucha de clases y por el surgimiento de nuevos modos de producción, pero sólo podrán variarse en su esencia mediante una revolución. En nuestra coyuntura es la Revolución Proletaria.

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Por PCMML

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