Unión Soviética, si juntáramos
toda la sangre derramada en tu lucha,
todo lo que diste como una madre al mundo
para que la libertad agonizante viviera,
tendríamos un nuevo océano
grande como ninguno
viviente como todos los ríos,
activo como el fuego de los volcanes araucanos.
En este mar hunde tu mano
hombre de todas las tierras,
y levántala después para ahogar en él
al que olvidó, al que ultrajó,
al que mintió y al que manchó,
al que unió con cien pequeños canes
del basural de Occidente
para insultar tu sangre,
Madre de los libres…
Pablo Neruda
En el capitalismo, las guerras son fruto de la concurrencia de las clases dominantes de las diferentes naciones por el dominio del planeta. En la Primera Guerra Mundial, se formaron dos bloques imperialistas opuestos: la Triple Alianza (Imperio Alemán, austro–húngaro y Turco–Otomano) y la Triple Entente (Imperio Inglés, francés y Ruso).
Algo nuevo, sin embargo, surgió durante la Primera Guerra Mundial: la revolución socialista de octubre de 1917, en Rusia; una nueva escisión ocurría en el mundo, ahora dividido en dos sistemas antagónicos: el capitalismo y el socialismo.
Los bloques capitalistas pasaron a tener un objetivo común: la destrucción del primer Estado obrero-campesino de la historia, en el objetivo de la restauración del capitalismo en escala global. Fue con este propósito que el bloque vencedor invirtió en la economía alemana 15 mil millones de marcos en seis años (1924–1929).
Cuando el nazismo se apodera de Alemania y explica su intención de dominio mundial, las potencias imperialistas dominantes no intentan combatirlo. Al contrario, fijan los ojos en sus agresiones y hasta incentivan al monstro nazista a direccionar su ataque contra la Unión de Repúblicas Soviéticas (URSS).
El plan de los países capitalistas para destruir la patria de los soviets
En 1939, la URSS propuso a Inglaterra y Francia un pacto para acciones militares conjuntas si los países del Eje (Alemania, Italia y Japón), bloque nazi fascista, iniciasen la guerra en Europa. No hubo un rechazo formal, pero no se dio ningún paso por parte de los países capitalistas para concretar el pacto. Al contrario, Francia e Inglaterra firmaron con Alemania un tratado de no agresión. Sola, en agosto de 1939, la URSS firmó con Alemania un tratado de no agresión. Los dirigentes sabían que más temprano o más tarde, Hitler rompería el acuerdo, pero conseguirían ganar un tiempo valioso para trasladar parte de sus industrias al Este del gran territorio soviético, además de reforzar su capacidad militar.
De 1938 a 1941, Hitler ocupó Austria, Checoslovaquia, Polonia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, Grecia, Yugoeslavia y finalmente, Francia. En Europa central y oriental, Alemania adquirió gran cantidad de material bélico, medios de transporte, materias primas, materiales estratégicos y fuerza de trabajo, convirtiéndose en lo suficientemente fuerte para atacar la Unión Soviética. Hitler en su libro “Mein Kamp” (“Mi Lucha”), proclamó “…tratando de conseguir nuevos territorios en Europa, estos deben ser adquiridos a costa de Rusia…”
En 1941, Hitler, la bestia fascista, representando los intereses de los monopolios capitalistas, trató de poner fin al socialismo invadiendo la Unión Soviética, incendiando fábricas y plantaciones, lanzando miles de bombas sobre la URSS y provocando la mayor carnicería que el mundo jamás haya visto. Pero el heroico Ejército Rojo, dirigido por el Partido Comunista y Stalin, apoyado por un pueblo libre, se irguió contra la bestia nazi y la aplastó, librando a la humanidad del fascismo.
La invasión hitleriana fue implacable. “fusilaban en masa a las personas (mujeres, niños, ancianos), montaban campos de la muerte, deportaban para el trabajo forzado en Alemania. Por donde pasaban no dejaban piedra sobre piedra”, era una política de exterminio: “yo tengo el derecho de destruir millones de hombres de raza inferior que se multiplican como lombrices” (Hitler).
En respuesta, el Gobierno, el Partido Bolchevique y el pueblo soviético lanzaron la voz de orden: ¡Muerte a los invasores fascistas, al frente! ¡Todo para la victoria! A las filas del Ejército Rojo se incorporaban millones de hombres. Crearon también numerosos regimientos guerrilleros, contando con millones de combatientes.
La dedicación y bravura del pueblo soviético conmovieron al mundo y fueron decisivas para quebrar la resistencia capitalista (EEUU, Inglaterra, Francia). Se formó finalmente el bloque aliado, antifascista, el frente único de los pueblos por la paz y contra el fascismo.
Cayó por tierra la idea de Hitler de que la ocupación de la URSS sería un paseo, una “guerra relámpago”. Los nazis no imaginaban la resistencia que encontrarían en las principales ciudades: Leningrado, Stalingrado, Kiev y Moscú, entre otras. Hombres y mujeres, ancianos y niños se levantaron como una muralla inexpugnable.
Los hechos del pueblo soviético repercutían en el mundo entero, llevando a un periódico de los Estados Unidos, como el STAR, de Washington, a publicar: “Los acontecimientos en Rusia en la lucha contra la Alemania hitleriana revisten gran importancia no solo para Moscú y el pueblo ruso, sino también para Washington, para el futuro de los Estados Unidos. La historia rendirá homenaje a los rusos por haber suspendido la guerra relámpago y puesto en fuga la adversario”.
La batalla de Stalingrado
En junio de 1942, los invasores avanzaron, pero encontraron una barrera impenetrable en Stalingrado. Durante siete meses de combate, los invasores perdieron 700 mil soldados y oficiales, más de mil tanques, dos mil cañones y morteros, 1 400 aviones. Los invasores eran técnicamente superiores, pero en noviembre de 1942 los números se invirtieron a favor de los soviéticos. Los alemanes contaban con 6 200 000 soldados, los soviéticos con 6 600 000; 5 mil tanques invasores contra 7 mil soviéticos; 51 mil piezas y morteros contra 77 mil.
Los invasores fueron destrozados, “cocinados en el gran caldero de Stalingrado”. En la derrota de Stalingrado, los nazis perdieron 1, 5 millones de soldados y oficiales. “…Desde el punto de vista moral, la catástrofe que el ejército alemán sufrió en los accesos a Stalingrado tuvo tanto peso que ya no pudo levantarse de nuevo” (La Segunda Guerra mundial, B Lideel Hart).
La batalla de Stalingrado terminó el 2 de febrero de 1943 con la victoria de los comunistas y marcó un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial y es considerada la más sangrienta batalla de toda la Historia.
Sobre este período Stalin escribió: “El estado moral de nuestro ejército es superior al del ejército alemán, pues él defiende la Patria contra los usurpadores extranjeros y cree en la justeza de su propia causa, mientras que el ejército alemán lleva a cabo una guerra de conquista y pillaje a un país ajeno, sin tener la posibilidad de creer ni un minuto siquiera, en la justeza de su obra infame”.
A partir de Stalingrado, se dieron las condiciones para que decenas de ciudades por toda la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas URSS se liberen del yugo del enemigo en 1943 y 1944, lo que estableció las condiciones para la expulsión definitiva de los invasores de la gran patria rusa.
Con todos estos éxitos, la URSS preparó una gigantesca contraofensiva para liberar, al inicio de 1945, a los países de este europeo, una gran extensión geográfica que va desde los países bañados por el Mar Báltico (Dinamarca, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Alemania) hasta la región de los Cárpatos (República Checa, Eslovaquia, Polonia, Rumania y Ucrania). Un importante factor para esa nueva victoria sobre los nazis fue el enorme apoyo recibido por el Ejército Rojo de los pueblos oprimidos, en particular de los combatientes de los partidos comunistas. Después de la liberación de esos países, se dieron las condiciones para que la URSS vuelque sus energías para la derrota final del nazi fascismo.
Después vino la victoria del Cáucaso y se inició el proceso de expulsión en masa de los ocupantes nazis. “La Unión Soviética puede enorgullecerse de sus heroicas victorias”, escribió el presidente de los EEUU, Franklin Roosevelt, añadiendo: “…los rusos mataron más soldados enemigos y destruyeron más armamento que los otros 25 estados de las Naciones Unidas en conjunto”.
Al final de 1943 marca un viraje en el frente soviético y en la Segunda Guerra en general. El movimiento contra el nazi fascismo se consolidó y amplió en todo el planeta.
En junio de 1944, con el ejército alemán abatido en todas las regiones de la URSS, las tropas anglo americanas desembarcan en el norte de Francia, dando inicio al frente occidental propuesto por el gobierno soviético desde el inicio de la invasión.
Se puede decir que a esa altura la guerra estaba decidida, mediante la derrota de alemana en Rusia. El propio Winston Churchill, primer ministro británico, reconoce el papel fundamental de los soviéticos, en un discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes, en julio de 1944: “…Considero mi deber reconocer que Rusia moviliza y supera en fuerzas muchísimo más que las enfrentadas por los aliados en Occidente, que, desde hace largos años y a un precio de inmensas pérdidas, ella soporta el principal peso de la lucha en terreno”.
El fin de campo de Auschwitz
Otro importante hecho del Ejército Rojo fue la liberación de los presos de Auschwitz. Auschwitz fue el mayor campo de concentración nazi de la Segunda Guerra Mundial. Fue, en realidad, un complejo de varios campos. Fue creado en 1940, un año después de que los nazis invadieron y ocuparon Polonia, que es donde el campo estaba. La mayoría de los presos eran judíos, pero también existían políticos polacos, miembros de la resistencia anti nazi, gitanos, homosexuales, elementos antisociales y, claro, comunistas. Los soviéticos que habían sido encarcelados por los nazis como prisioneros de guerra y llevados al campo formaron el cuarto mayor segmento de víctimas del campo de Auchwitz.
A la entrada de Auschwitz se leía (y aún ahora se lee, en el memorial) las palabras “Arbiet macht frei” (El trabajo libera). De hecho, como todos los campos de concentración nazi, los prisioneros eran forzados a trabajar. Los que eran muy débiles para esto eran asesinados inmediatamente en las cámaras de gas disfrazadas de duchas colectivas. Se estima que 1 millón de personas fueron muertas en el campo nazi. Entre varios nazis conocidos que trabajaron en el campo están Yosef Mengele, el Ángel de la Muerte, médico que realizó experimentos horribles con los seres humanos (y más tarde murió ahogado en Brasil), y las oficiales María Mandel (responsable directa de la muerte de miles de mujeres prisioneras) e Irma Greese (sádica, que acostumbraba a atacar a las presas con el látigo).
El 27 de enero de 1945, soldados del Ejército Rojo – organizados en el Primer Ejército del Frete Ucraniano, del Mariscal Iván Konev, entran al campo y liberan miles de prisioneros. El campo estaba vacío, pues con el avance de los soviéticos los nazis lo habían abandonado y se llevaron a decenas de miles de prisioneros junto con ellos, dejando solo a los enfermos y a los que estaban demasiado débiles para marchar hasta otros campos de concentración.
El día 27 de febrero de 1945 quedó para la historia de la humanidad como un días especial. Un día en que un campo de concentración nazi, Auschwitz–Birkenau, fue cerrado por los Aliados – que liberaron a millares de prisioneros que allí se encontraban, sobrevivientes que los nazis en desbandada no quisieron llevarlos porque estaban muy débiles o enfermos. Los libertadores de Auschwitz eran nada más ni nada menos que los Soldados del Ejército Rojo.
El ejército liberador: “¡A Berlín!”
A pesar de las enormes pérdidas, el Ejército Rojo avanzó al interior de Europa del Este sobre los talones de los alemanes, fustigando a los nazis y apoyado por las fuerzas populares de la resistencia derrotaron a los ocupantes y sus colaboradores internos. Repúblicas democrático–populares fueron electas con los partidos comunistas al frente en Polonia, Hungría, Yugoeslavia, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria.
¡A Berlín! era la voz de orden del ejército libertador. No fue un paseo. La resistencia nazista, aunque debilitada, producía encarnizados y sangrientos combates. Los rusos victoriosos no mataban, no saqueaban, no se vengaban de los crímenes cometidos por el ejército alemán en suelo soviético. Al contrario, alimentaban a los hambrientos, organizaban la asistencia médica, el funcionamiento de los transportes, la distribución del agua y de la energía eléctrica.
El 2 de mayo de 1945, el Comando Supremo alemán firmó el acta de capitulación incondicional de las fuerzas armadas, con la bandera de la URSS flameando en lo alto del parlamento alemán, en Berlín. El día 9 de mayo, hubo un inmenso acto en Moscú en conmemoración del fin de la Gran Guerra Patria (como los soviéticos denominaron a su participación en la segunda Guerra Mundial) y desde entonces hasta hoy se celebra en Rusia este día como el Día de la Victoria.
Los llamados países aliados, EEUU e Inglaterra, retardaron cuanto pudieron la ayuda concreta a la URSS (que estaba combatiendo del lado oriental). Su objetivo era desencadenar un segundo frente de guerra (del lado occidental) contra Alemania, esperando que los soviéticos fuesen derrotados por los nazis. Viendo la imposibilidad de que su deseo se haga realidad y temiendo que la URSS derrote sola a los nazis fascistas, apenas el 6 de junio de 1944 fue desarrollado el Segundo Frente
El evento conocido en la historia como el desembarque de Normandía o “Día D”, generalmente es presentado en los innumerables libros, revistas y películas estadounidenses como el día determinante que aseguró el viraje definitivo de la guerra. En verdad, aún siendo importantes el famoso Día D, las fuerzas centrales de ejército nazi ya habían sido derrotadas por la URSS, que se encontraba en plena marcha hacia Alemania, empujando de vuelta a Berlín lo que restaban de las tropas nazis.
La victoria final
Terminada la guerra en Europa, era necesario regresar hacia Asia. El Japón, aliado de los nazis, dominaba millones de personas en China, Corea, Filipinas; a pesar de que las fuerzas armadas de EEUU y de Inglaterra habían infringido sucesivas derrotas, las fuerzas japonesas aún eran numerosas y fuertes. De vez en cuando atacaban las fronteras de la URSS y torpedeaban navíos soviéticos en alta mar.
El día 8 de agosto de 1945, la Unión Soviética declaró la guerra al Japón y comenzó la ofensiva. Ese mismo día, el primer ministro japonés, Teiichi Susuki afirmó: “…La entrada de la URSS en la guerra hoy en la mañana nos pone definitivamente en una situación sin salida y se torna imposible continuar la guerra”. Estaba en lo cierto. Al final del mes, el Ejército nipón había perdido 677 mil soldados y oficiales: 84 mil muertos y 593 mil prisioneros
Al contrario de lo que muchos piensan y la historiografía burguesa busca difundir, no fueron las bombas atómicas estadounidenses lanzadas a inicio de agosto contra Hiroshima y Nagasaki que provocaron la capitulación japonesa. La guerra continuó normalmente después del ataque bárbaro y cobarde. La rendición resultó de la destrucción del ejército nipón por las tropas soviéticas.
Si alguien duda, lea el testimonio del general Chanault que comandó las tropas de EEUU en China: “…La entrada de la URSS en la guerra contra Japón fue el factor decisivo para el fin de la guerra en el Pacífico, lo que habría sucedido sin el empleo de las bombas atómicas. El rápido golpe asestado por el Ejército Rojo sobre Japón cerró el cerco que puso finalmente a Japón de rodillas”.
El Ejército Rojo contribuyó además para la expulsión de los nazis de China y de Corea. El sacrificio del pueblo soviético fue muy valioso. Pero valió la pena porque libró a la Humanidad de a bestia nazi. Fue también una victoria del socialismo que salió de la Segunda Guerra triunfante en toda Europa Oriental y China.
El papel de Stalin en la victoria sobre el nazi fascismo
Para esta gran victoria del Ejército Rojo fue fundamental el papel del camarada Stalin. Veamos qué dice Alexandre Mikhaylovich Varilevsky, mariscal de la Unión Soviética y vice–Ministro de defensa durante la Segunda Guerra Mundial, sobre la conducta de Stalin durante toda la guerra: “Stalin se formó como estratega. (…) Después de la Batalla de Stalingrado y particularmente de Kursk, él se elevó al máximo de la dirección estratégica. Stalin comienza a manejar las categorías de la guerra moderna, se familiariza perfectamente con todas las cuestiones de la preparación y de la ejecución de las operaciones. Él exige, entonces, que las operaciones militares sean conducidas de forma creativa, teniendo en cuenta plenamente la ciencia militar, que ellas sean enérgicas y maniobradas, teniendo como objetivo el desplazamiento y el cerco de enemigo. Su pensamiento militar manifiesta nítidamente la tendencia a masificar las fuerzas y los medios, a hacer un empleo diversificado de todas las variantes posibles desde el comienzo de las operaciones y de su conducción. Stalin comienza a comprender bien no solo la estrategia de guerra, lo que fue fácil, pues poseía el maravilloso arte de la estrategia política, sino también el arte operacional”.
“Stalin entró duraderamente en la historia militar. Su mérito indudable estuvo en que bajo su dirección inmediata como comandante supremo, las Fuerzas Armadas soviéticas fueron firmes en las campañas defensivas y cumplieron brillantemente todas las operaciones ofensivas. Pero por lo que pude observar él nunca hablaba de sus méritos. En todo caso, jamás oí hablar de eso. El título de Héroe de la Unión Soviética y la posición de Generalísimo le fueron conferidos por propuesta de los comandantes de los frentes y del buró político. En cuanto a los errores cometidos durante los años de la guerra, hablaba de ellos honesta y francamente”.
“Stalin, yo estoy convenido profundamente, particularmente a partir de la segunda mitad de las Gran Guerra Patria, fue la figura más fuerte y la más brillante del comando estratégico. Él se desempeñó con éxito en la dirección de los frentes, de todos los esfuerzos del país en base de la política del partido. (…) Stalin permaneció en mi memoria como un jefe militar riguroso, de fuerte voluntad, a quien no le faltaba al mismo tiempo encanto personal”.
También en mariscal Gueorgui Jukov, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial, atribuyó grandes méritos a Stalin por la victoria; “Fue a José Stalin en persona que fueron atribuidas soluciones de principio, en particular aquellas concernientes a los procesos de ataque de la artillería, a la conquista del dominio aéreo, los métodos de cerco del enemigo, el desplazamiento de los contingentes enemigos cercados en su destrucción sucesiva por agrupamiento etc. Todas esas cuestiones importantes del arte militar son fruto de una experiencia práctica, adquirida en el curso de los combates y las batallas, fruto de las reflexiones profundas y conclusiones tomadas de esa experiencia por el conjunto de los jefes y por las propias tropas. Pero el mérito de J. Stalin consiste en haber acogido de modo adecuado los consejos de nuestros eminentes especialistas militares, de haber completado, explorado y comunicado bajo la forma de principios generales las instrucciones y directivas dirigidas a las tropas, con vistas a asegurar una conducta práctica de las operaciones”.
“Hasta la batalla de Stalingrado, J. Stalin no dominaba sino en grandes líneas los problemas de la estrategia, del arte operacional. Más tarde, sobre todo a partir de Stalingrado, Stalin adquirió a fondo el arte de montar las operaciones de un frente o de varios frentes y dirigió tales operaciones de manera competente, resolviendo bien varios problemas de la estrategia”.
“En la dirección de la lucha armada, Stalin era ayudado de manera general por su inteligencia natural y por su rica intuición. Él sabía descubrir el elemento principal de una situación estratégica y, en consecuencia, sabía responder al enemigo, desencadenar tal o cual operación ofensiva”.
“No hay duda: él fue del comando supremo”.
Con la Guerra, la URSS sufrió pérdidas enormes: 25 millones de soviéticos murieron, gran parte de ellos miembros del Partido Comunista. Prácticamente el pueblo soviético tuvo que empezar todo de nuevo. Y lo consiguió. Confirmándose así las palabras de V.I. Lenin: “Jamás se podrá vencer a un pueblo en que la mayoría de los obreros y de los campesinos saben, sienten y ven que defienden su Poder Soviético, el poder de los trabajadores; que defienden una causa cuya victoria les asegura a ellos y a sus hijos la posibilidad de disfrutar de todos los beneficios de la cultura, de todo lo que fue creado por el trabajo humano”. (V. I. Lenin, Obras Completas, t XXIX).
Comité Central – Partido Comunista Revolucionario – Brasil