La revolución es una obra que se construye, día a día y en unas determinadas condiciones. Es un hecho que fluye de menos a más, con avances y posibles retrocesos, conforme cambian las condiciones por la que discurre. Proponérsela es concebir una obra grande a la que hay que agregar peldaños cada día, a sabiendas de que cada uno de estos puede ser diferente, fácil, o difícil.

No es sueño ni utopía. Es un propósito objetivo, realizable. Es real.

Hay que quererla y tener voluntad para construirla. Esto es fundamental, y es un factor importante en el proyecto revolucionario, sin el cual no se llevan a cabo las tareas que corresponden.

Pero no es sólo voluntad; apoyar el trabajo en esta puede conducir a confundir los deseos con la realidad, a una desviación de voluntarismo. La voluntad hay que suscribirla a las circunstancias, a las condiciones objetivas, externas a nuestra conciencia, y que son igual de necesarias. La revolución es el resultado de la conjunción de una voluntad para construirla y de unas circunstancias en las que se construye.

Es una realidad de influencias mutuas. La voluntad revolucionaria influye mejorando factores propios de las circunstancias; y estas pueden influir a determinadas voluntades.  Una idea y una acción a veces crean situaciones que modifican el estado de ánimo de las masas, generan una subjetividad de lucha, o de disposición de lucha de estas, diferente a la que prevalecía anterior a aquella idea y acción.

Puede que haya mucho de emocional en esta nueva disposición de las masas populares, de hecho así es casi siempre en ese primer momento. Y es tarea del factor consciente entenderlo, y proponerse mantener ese estado de ánimo, hacer todo para que no se caiga, y darle dirección, elevar cada vez su nivel de conciencia, con ideas y acciones que correspondan al nivel del movimiento.

Avanzar desde ese estado instintivo y emocional, que a veces tiene el movimiento de masas, a un estado de conciencia del por qué y para qué del mismo, es un propósito de todo aquel y aquella que se proponga siempre construir la revolución en el movimiento de masas en luchas.

II.

Las masas populares movilizadas son la posibilidad de la revolución en la República Dominicana.

 

En algunos países, la guerrilla, u otra acción militar, abrieron perspectivas o generaron elementos de guerra civil, favorables a la revolución.

Pero en nuestro país, la guerrilla o intentos de acciones militares con pretensiones revolucionarias, sólo dejaron reveses, de dimensiones históricas, como las pérdidas de Manolo Tavárez y otros de sus compañeros en las montañas Las Manaclas, en diciembre 1963; y la del Coronel Caamaño junto a otros combatientes tras la expedición de playa Caracoles, en febrero de 1973. En esas acciones guerrilleras, que pretendieron copiar la experiencia de Fidel Castro en Sierra Maestra en la Cuba de los años de 1950, perdió la revolución dominicana a sus dos más grandes líderes hasta el momento.

Y, desgraciadamente, se han perdido decenas de jóvenes revolucionarios en hechos que se pretendían insertos en la posibilidad de jalonar la revolución. Algunos de estos ocurrieron cuando la lucha de masas crecía, y estas muertes contribuyeron a frenar el movimiento.

Este voluntarismo ha llevado al colapso a importantes organizaciones populares, porque a estas les fue impuesta políticas y métodos de lucha propios de una situación revolucionaria, cuando esta no existía; y el desarrollo de la lucha de masas, dañado con esas políticas y métodos apresurados, era la posibilidad inmediata de aportar un elemento de crisis política en la situación nacional.

Conocemos testimonios de militantes revolucionarios que fueron claves en las luchas de ese período, que dicen, que cuando su colectivo político apreciaba que no estaban siendo factor de noticias, inventaban alguna actividad que llamara la atención, y luego evaluaban la eficacia de la misma a partir de las menciones logradas en televisión, radio o prensa.

Por esos días, el éxito de las huelgas convocadas, se medía por las menciones en las primeras planas concedidas por los periódicos; así fuera que no se obtuvieran reivindicaciones, y el movimiento se retrotrajera a un punto cero una vez descargara las tensiones sociales acumuladas en meses.

Esas mentalidades voluntaristas siguen en sus trece.

Los jóvenes militantes, que son cada vez más determinantes en los procesos de luchas actuales, y la Marcha Verde, que en suma ha movilizado cerca del millón de personas desde el 26 de enero del 2017, es un ejemplo, deben pasar revista a las experiencias de los últimos 20 años, y aprender de las mismas.

Como militantes comunistas estamos en el deber de recomendarles esa revisión de las experiencias a la luz de la Teoría Leninista de la Revolución, y les será de mucho provecho asumir categorías de análisis como Correlación de Fuerzas, Situación Revolucionaria, Crisis Política, Posibilidad y Realidad, Condiciones Objetivas y Subjetivas para la Revolución, entre otras; para continuar en lucha de masas.

Y la historia dominicana, desde luego.

En la República Dominicana, sólo la lucha política de las masas populares ha creado situaciones revolucionarias, o de crisis políticas que podían desarrollar hasta convertirse en aquellas.

La Guerra de Abril de 1965 es el caso más relevante, que fue una continuidad de la irrupción de las masas en las calles tras la caída de la dictadura de Trujillo en 1961, reclamando derechos, libertades públicas, justicia social y la distribución de la riqueza.

Las elecciones de 1962, ganadas por el PRD y el profesor Juan Bosch como candidato, amortiguaron ese proceso de auge de las luchas populares; pero volvería a tomar cuerpo una vez este fue derrocado por un golpe de Estado el 25 de septiembre de 1963, y el pueblo comenzó a reclamar en las calles “el retorno a la Constitución de 1963 sin elecciones”.

Hubo entonces una crisis política que creó elementos de guerra civil, y estos desarrollaron a insurrección cívico-militar.

Esta experiencia completa debería ser objeto de más estudio, para nutrir el propósito revolucionario, y de menos fábulas de los 500 Comandantes de esta gesta, que ahora presentan mediante recursos literarios, y de oralidad, unos papeles desempañados que debieron ser, pero que no fueron.

No actuaron de manera objetiva cuando había una situación revolucionaria en el país, y ahora hacen literatura, es decir, dicen lo que ahora creen que debieron hacer en esas circunstancias; no lo que realmente hicieron.

Otras situaciones en las que en el país aparecieron elementos de crisis políticas, que no desarrollaron, fueron los momentos de comprobación de fraudes electorales por parte de los gobiernos de turno a los partidos y candidatos que les disputaron el poder en las elecciones.

En 1978, 1990, 1994, 2012, hubo denuncias de fraudes electorales que, en gradaciones distintas, crearon situaciones políticas tensas. En los casos como en 1978, 1990 y 1994, que hubo manifestaciones populares callejeras reclamando respeto a la voluntad popular expresada en las urnas, la situación avanzó a convertirse en crisis política.  La toma permanente de las calles por parte de los trabajadores y el pueblo en general, fue el elemento más distintivo de esas situaciones.

¡Qué cosa! Las elecciones nacionales han sido hechos en la historia dominicana que han creado situaciones de crisis políticas; situaciones incipientes, elementales, embrionarias, o como se las considere, que pudieron desarrollar y convertirse en situación revolucionaria.

En todos estos casos, la Izquierda estuvo fuera del curso del proceso, electora; algunos de sus segmentos proclamando en general que “las elecciones no son la solución, el camino es la revolución”. Verdad general, pero eso, un postulado general válido siempre, estratégico; pero que no da respuesta “a la situación concreta”, que es la que aborda la táctica.

Cada vez que se presentó el trauma electoral, la Izquierda llegó desde fuera del proceso en curso, a querer liderarlo e implantar con consignas propósitos revolucionarios. Pero las masas en lucha, estaban bajo la influencia principal de quien las lideró en todo el proceso, y fueron conducidas a entendidos, pactos, o la simple aceptación de lo ocurrido, todos los cuales pusieron fin a la crisis.

Es correcto, revolucionario, insertarse en el movimiento de masas, y proponerse construir un ejército político dentro de este, que pueda avanzar hacia una situación de toma de conciencia superior de los participantes. Esto requiere de mucho trabajo y cuanta más paciencia. Más si un grueso importante de las masas participantes es políticamente ajeno.

No se debe perder nunca la perspectiva de construir la revolución dentro de la lucha de masas. Siempre en atención a la realidad.

Cuando se obstruye, así sea de manera inconsciente, el desarrollo de la lucha de masas, se incurre en una actitud reaccionaria. No importa cuán ultra revolucionario sea el discurso con que suela hacerse esto, proponiendo consignas o realizando acciones dentro del movimiento, para el que todavía este no está maduro.

La militancia joven debe revisar la experiencia y aprender, para no incurrir en los errores reiterados en que una y otra vez, y otra vez, y otra vez, incurre un sector de la izquierda.

 

III.-

Abril de 1984 confirma la necesidad de una vanguardia combativa y revolucionaria para la revolución.

 

En abril de 1984 las masas populares tomaron las calles de casi todas las ciudades del país, en protesta por los acuerdos que el gobierno, presidido por Jorge Blanco, pactó con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que provocaron una subida en todos los precios de bienes y servicios de consumo masivo.  Fue una protesta sistemática, en oleadas de masas, sostenida durante siete días, en todo el país.

Inició como una protesta aislada en un barrio de la capital; en algunas horas comenzó a expandirse,  y al día siguiente era un movimiento nacional, que desbordó la capacidad de la policía nacional para controlarla, pero también la de los grupos de izquierda para liderarla, incluyendo a nuestro partido, que estuvimos en la organización de la protesta en un barrio de la capital, como se ha dicho; pero que no previmos la indignación acumulada que había en el pueblo, por lo cual bastó una chispa para que en cascada se incendiara en protesta todo el país.

El partido de gobierno se dividió al evaluar las causas de la protesta y cómo enfrentarla. El presidente de la República y algunos de sus funcionarios calificaron al movimiento de “sedicioso” y en consecuencia respondieron con la represión militar, con un saldo todavía no determinado de muertos, y cerca de 7 mil apresados. En cambio, las bases de ese partido tomaron las calles, y el liderazgo principal incluyendo algunos que eran funcionarios del gobierno del cual renunciaron al acto, condenaron el pacto con el FMI y la represión.

Durante siete días hubo un levantamiento popular nacional. Se estaba ante una crisis política. Las masas en las calles, en barricadas; y el partido de gobierno escindido. Era una expresión elemental de que “los de abajo no querían seguir gobernados como antes”, y “los de arriba”, presentaban una fisura que, para seguir gobernando, tuvieron que disponer de las fuerzas militares para masacrar al pueblo.

Las condiciones objetivas para la revolución se estaban expresando en ese momento. Pero no apareció la dirección política y militar que condujera el movimiento a una revolución.  Se dieron las condiciones objetivas que plantea Lenin como condición para una revolución; pero faltaron las subjetivas, de dirección política especialmente, que es la otra condición.

La experiencia confirma la necesidad de un partido comunista de vanguardia, capaz de liderar a las masas populares en un proceso revolucionario. Que no es vanguardia porque asimismo se proclame, sino porque lo demuestre en la práctica.

Los hechos ponen en relieve otra experiencia, cual es, la cuestión militar debe ser abordada como una necesidad del desarrollo del mismo partido, siempre en atención a las circunstancias en que se desenvuelve. No es algo que debe resolver cuando ya el movimiento ha estallado, sino que debe tenerlo en gran medida avanzado para responder a situaciones como las que se expresaron en abril de 1984.

La militancia del partido, lo ha dicho Lenin, ha de estar preparada para las luchas de masas en las calles, en huelgas, en barricadas, como agitadora y propagandista, cuando el movimiento asume esa forma; ha de estar dispuesta a participar en los procesos electorales, cuando las circunstancias así lo reclaman, y ha de estar dispuesta a abandonar la lucha pacífica y legal, para asumir la condición  de combatiente o comandante revolucionario, cuando la insurrección es la que está a la orden del día.

La militancia comunista es integral, como el aceite conocido, Tres en Uno. Es las tres a la vez. Se construye en esas tres dimensiones. Y pone en práctica la que recomienda la circunstancia del momento.

La revolución es posible y necesaria, pero hay que construirla y en el proceso construir también al partido comunista, como vanguardia combativa y revolucionaria de la clase obrera y los trabajadores.

 

Partido Comunista del Trabajo – PCT

Septiembre de 2019

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Por PCMML

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