Este año, decenas de ciudades de América, Europa, Asia y África, fueron escenarios en los que miles de mujeres desafiaron las restricciones impuestas por el coronavirus, exigieron el fin de la violencia y los feminicidios, defendieron sus derechos como la despenalización del aborto.

     La pandemia que se propagó por todo el mundo en 2020, reestructuró las relaciones de producción, regresó a millones de mujeres a un estado de esclavitud en las familias capitalistas, agudizó la violación de los derechos humanos y profundizó la violencia de género pretextando el confinamiento. La pandemia, evidenció el desmantelamiento y colapso de los servicios de salud, así como la omisión y la limitada procuración de justicia en casos de violencia de toda índole contra la mujer. En este marco, mujeres y niña(o)s han sido víctimas del aumento de diferentes tipos de abusos como consecuencia de la pérdida del empleo de la clase trabajadora y la pauperización.

     Las propias instituciones capitalistas como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), reconocen que el Covid-19 afectó la región de América Latina y el Caribe a través del cierre de fronteras, desplome del comercio mundial y paralización de la actividad productiva.

     Los efectos en sectores económicos con alta participación de mujeres son el turismo, donde la caída de la demanda afectó a las trabajadoras de los servicios de alojamiento y comida; en la manufactura, la interrupción de las cadenas de valor mundiales y el cierre de fábricas de la industria de exportación; en el comercio, por la caída de la demanda y los cambios en los patrones de consumo; en el trabajo doméstico remunerado, la imposibilidad del trabajo a distancia vulnera a las trabajadoras domésticas al virus y al deterioro de sus condiciones de empleo; en la salud, la presión sobre los sistemas sanitarios expone a las trabajadoras al virus y a la sobrecarga laboral; en la educación, el cierre de centros educativos recargó las jornadas por adaptación a la enseñanza a distancia.

     En el trabajo femenil no remunerado el asunto es peor. En una situación de confusión y caos, el Estado pretende resarcir los efectos de la depresión económica con políticas públicas paliativas promoviendo financiamientos que pueden ir pagando con “sus micronegocios” como carritos de hot dogs, pastelerías, lavanderías, estéticas, cocinas económicas, costureras, etc., es decir, la feminización del empleo informal donde los ingresos son menores, excluyéndolas del descanso y la seguridad social.

     Nos queda claro pues, que la pandemia ha venido a significar claros retrocesos de conquistas ganadas en luchas pasadas. Es por ello necesario retomar la lucha callejera donde la mujer, al lado del hombre también explotado, reclamen Leyes que garanticen la protección de los derechos humanos y construyan juntos la lucha por una sociedad sin explotados ni explotadores.

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Por PCMML

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