Los atentados contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre del año 2001, en Nueva York, vistos a través de sus consecuencias, confirman el carácter guerrerista del Estado gran imperialista estadounidense.
A raíz de los atentados, más allá de las inconsistencias de la versión oficial de los hechos, permitió la creación de un nuevo enemigo de la “libertad y la democracia”. Toda vez que el Muro de Berlín fue derribado y con el “fin de la historia, el peligro rojo del comunismo había muerto”.
Hacía falta ocultar la crisis económica, justificar los enormes gastos presupuestales y nuevas invasiones militares para apoderarse de territorios y países con sus recursos. Expandir el poderío imperialista y complacer los intereses económicos oligárquicos.
En esa lógica de perseguir al nuevo enemigo, se editó nuevamente el terror hacia los pueblos y con la complicidad de los demás países imperialistas para realizar las invasiones a Irak y Afganistán.
Guerras en las que se benefician principalmente las grandes industrias de armamentos y productoras de tecnologías. Guerras que padecen los pueblos poniendo los muertos, en cientos de miles, y siendo desplazados, por millones, de sus lugares de origen.
La organización de los pueblos y su clase obrera, en lucha contra la explotación del trabajo por el capital, por la supresión de la propiedad privada de los medios de producción y su ulterior colectivización definen históricamente, la ruta de la emancipación de todo dominio imperialista y el futuro luminoso de la humanidad.