El fútbol -como lo afirman las barras antifascistas, antiimperialistas, antirracistas, feministas, comunistas y de izquierda- fue “creado por los pobres y robado por los ricos”, dicha afirmación tiene sentido porque originalmente los obreros de diversas áreas industriales organizaban torneos los fines de semana para distraerse de la esclavitud asalariada, lo cual fue una victoria importante también en el terreno de su lucha social porque lograron reducir las jornadas laborales a 8 horas (cuando anteriormente en países capitalistas industrializados -Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Holanda, etc.- laboraban entre 10 y 12 horas aproximadamente), alcanzaron aumentos salariales (del 10 al 20% aproximadamente), se logró instaurar un contrato colectivo de trabajo y existió la posibilidad de generar antigüedad para una jubilación digna.
Dichos elementos los mencionamos porque de no haberse alcanzado no se habrían potenciado los torneos amateur, ante ello la burguesía vio una excelente oportunidad para profesionalizar las ligas nacionales, no porque desearan el desarrollo del balompié en abstracto, sino porque de forma concreta los magnates industriales, comerciales y financieros (los más claros ejemplos clásicos son el Bayer Leverkusen propiedad de la farmacéutica alemana, o el PSV Eindhoven que pertenece a la empresa holandesa Phillips, dónde también vemos equipos como Cruz Azul en México que es propiedad de la cementera con el mismo nombre, o la franquicia austrotailandesa de bebidas energizantes Red Bull que posee clubes de fútbol como el RB New York, RB Leipzig y el RB Salzburg y en otros países) tendrían un control para monopolizar con los contratos publicitarios (en el que vemos convenios multimillonarios con empresas multinacionales como es el caso de Coca-Cola, Adidas, Nike, Pepsi, Samsung, Sony, Mc Donald’s, Heineken, Santander, Konami, Electronic Arts y otras compañías que explotan sus marcas al patrocinar torneos como la Copa Libertadores o la Liga de Campeones) y lucrar el arribo de prospectos (cantera o fuerzas básicas) al máximo circuito (primera división), en el que muchos talentos no han visto oportunidad de jugar las competencias de mayor renombre no porque carezcan de habilidad sino porque no cuentan con los recursos para comprar su espacio en los torneos de alto rendimiento debido a la corrupción existente tanto en los clubes como en las Federaciones Nacionales (en nuestro país la Federación Mexicana de Fútbol) y confederaciones internacionales (FIFA -a nivel mundial-, UEFA -en Europa-, CONCACAF -Norteamérica, Centroamérica y el Caribe-, CONMEBOL -Sudamérica-, CAF -África-, AFC -Asia-, OFC -Oceanía-, etc.).
La lucha de clases nunca fue ajena al entorno futbolístico porque también hay equipos que se identifican con los trabajadores y el pueblo de un lado, del otro vemos a equipos simbólicos de las élites pudientes, en México Chivas es un club popular y el América es de los potentados, en Brasil los equipos simbólicos de los trabajadores son Flamengo y Corinthians, mientras que los equipos de los sectores acomodados son Fluminense y Sao Paulo, en Argentina los barrios bajos se identifican con Boca Juniors y el Independiente proletario, en cambio el River Plate representa a los opulentos de Buenos Aires, en Portugal vemos al Porto que representa a los trabajadores portuarios e industriales y el Benfica de Lisboa que tiene la idiosincrasia de los acaudalados conservadores, en España vemos al Barcelona que fue bastión de lucha independentista (en Cataluña) así como el Atlhetic de Bilbao (en País Vasco o Euskadi) y el Rayo Vallecano de los obreros electricistas en oposición al Real Madrid de la burguesía y la monarquía privilegiadas, entre muchos otros ejemplos.
Es innegable que esos clubes izquierdizantes o en oposición a los derechizantes también son dirigidos por oligarcas, pero no debe negarse que parte de sus aficionados organizados en barras independientes han participado en la lucha social, al menos así lo revelan las barras antifascistas de Cruz Azul, Pumas, América y Chivas en México contra la reforma educativa al lado de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, o en Sudamérica donde barras autónomas como las de Colo Colo y Universidad de Chile han salido a manifestarse contra el régimen fascista de Piñera, en Brasil el Corinthians ha manifestado su inconformidad con gobiernos de derecha como el de Branco durante la dictadura y el actual de Bolsonaro. En Alemania, el Saint Pauli ha tomado las calles en contra del G-20 y otras organizaciones capitalistas antiproletarias, y no debemos olvidarnos del gesto solidario de la afición del Celtic escocés con el Hapoel Tel Aviv israelí -durante un cruce clasificatorio para la Champions League- que visibilizaron banderas palestinas como repudio hacia el sionismo. En Egipto, los aficionados del Al Ahli y Zamalek se unieron a las protestas contra el gobierno de Mubarak, en Turquía los hinchas del Fenerbahçe, el Besiktas y el Galatasaray unieron fuerzas contra el Estambul United debido a que su propietario Erdogan -que es a la vez Primer Ministro en ese país- usurpó símbolos de las insignias de esos tres clubes para plagiarlos en el suyo propio, sin perder de vista las maniobras represivas contra los movimientos de izquierda y populares en la nación que pertenece al Oriente Próximo, por mencionar los casos más significativos.
A modo de conclusión, valdría la pena vincularnos con estas organizaciones futboleras de protesta para potenciar su combatividad fusionándolas con el centralismo democrático, la disciplina partidaria, la planificación puntual y la firmeza revolucionaria para que no se estanquen en actitudes meramente espontáneas y contestatarias, dicha tarea es compleja y difícil, pero si logramos congeniar políticamente con esos barristas podremos no solamente generar cambios en el ámbito del fútbol, sino también en la sociedad para que el balompié sea un elemento favorable al internacionalismo proletario en lugar de los nacionalismos burgueses, o al menos así nos lo demostró la experiencia soviética (ganador de la Primera Eurocopa de Naciones y un Oro Olímpico) y las democracias populares en Europa Oriental (Yugoslavia subcampeona de la Eurocopa de 1960 y Oro en los Juegos Olímpicos de 1960, Checoslovaquia ganadora de la Eurocopa en 1976 y Oro en Juegos Olímpicos de 1980. Hungría, ganadora dos veces consecutivas de dicha distinción, en 1964 y 1968, Polonia lo adquirió en 1972 y Alemania Democrática hizo lo propio en 1976) que fueron capaces de figurar a nivel mundial pese a que no contaban con planteles de jugadores profesionales y que les permitió tener resultados favorables pese a la degeneración del socialismo hacia el capitalismo mediante el revisionismo (que usurpó los medios de producción a la clase obrera y al campesinado para proletarizarlos en beneficio de las nuevas burguesías que destruyeron la dictadura del proletariado en pos de un Estado burgués burocrático-militar).