El Estado forma parte de la superestructura jurídico-política de la sociedad sostenida por la base económica. En formaciones sociales previas al capitalismo, como las esclavistas o feudales, la subordinación de una clase a otra dentro de las relaciones de producción no está velada. Ahí la existencia y apropiación del plustrabajo aparece de manera nítida ante las clases dominadas; y ello se refleja en el ámbito jurídico-político en el dominio también evidente de una clase, por ejemplo, bajo la forma de Estado de la monarquía absoluta.

Por el contrario, dentro de la estructura económica de la sociedad capitalista existe una igualdad formal de los individuos, a la cual corresponde, a nivel de la superestructura jurídico-política, una igualdad también meramente formal. Aquí, la explotación de la fuerza de trabajo aparece velada por el contrato de trabajo entre el obrero y el capitalista, reconocidos por la ideología dominante como personas iguales ante el derecho que voluntariamente concurren al mercado laboral en el que tiene lugar únicamente la compraventa de una mercancía específica: la fuerza de trabajo. Esto se refleja en el espacio político en el que la dominación de la burguesía no aparece de manera explícita, sino que opacada por la forma que asume el Estado. En la república parlamentaria, la división formal de poderes y la existencia también formal del sufragio universal presentan al Estado como encarnación de la voluntad popular; de esta manera el Estado capitalista busca la legitimidad que otras formas de Estado encontraban, por ejemplo, en la apelación al derecho divino. No obstante, así como la igualdad en las relaciones de producción capitalistas es una mera formalidad que tiende a velar el dominio y la explotación que una clase ejerce, así también la igualdad de derechos políticos entre los individuos no es más que una formalidad para garantizar los intereses del capital. En este sentido, los procesos electorales en la sociedad capitalista cumplen esencialmente la función de legitimar el domino de la burguesía.

La democracia para el proletariado sólo existirá bajo su dictadura de clase. Refiriéndose a la Comuna de París, formada por miembros electos por sufragio universal y revocables en todo momento, cuyo salario era el de un obrero, Marx escribió: “En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al pueblo en el parlamento, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas… Por otra parte, nada podía ser más ajeno al espíritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal por una investidura jerárquica.”

Sobre esta base marxista, la lucha electoral asume una forma revolucionaria de participación del proletriado, una lucha democrática en el marco de la misma democracia burguesa, para avanzar en la revolución proletaria.

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Por PCMML

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