En este año 2022, con la evaluación que se ha hecho de recientes elecciones presidenciales en Chile, Honduras, Colombia, y la próxima segunda vuelta en Brasil, con Alberto Fernández en Argentina, peronista y vinculado con el krisnerismo, Pedro Castillo en Perú, Luis Arce de Bolivia, Nicolás Maduro de Venezuela, Daniel Ortega de Nicaragua, Miguel Díaz Canel de Cuba; inclusive muchos colocan en esta misma tendencia a Andrés Manuel López Obrador de México. Con este acumulado, se plantea que estamos entrando en una segunda ola del progresismo en América Latina, lo que nos obliga a reiterar, la caracterización que hemos establecido, respecto a esta tendencia, así como su papel histórico en la lucha de clases en nuestra región.
Salvo el Gobierno de Cuba, que es herencia de una revolución triunfante, que no fue una revolución socialista, el resto de los autodenominados progresistas, son resultado de proceso electorales, algunos de estos arraigados en las masas proletarias y populares, otros más distanciados, sin embargo, la dirección política ideológica de esos procesos, en ningún caso corresponden a los intereses históricos de la clase obrera.
Los autodenominados gobiernos progresistas, tuvieron un auge en la primera década del presente siglo, demostraron su naturaleza de clase; correspondieron a los intereses de la burguesía nacional y la pequeña burguesía, por lo general enfrentaron al imperialismo norteamericano, al mismo tiempo que renegociaron la dependencia de sus respectivos países, al imperialismo chino. Durante sus administraciones fueron encumbrados nuevos sectores de la burguesía, a costa de los altos precios de los comodities que durante esa década tuvo precios elevados, sin embargo, no modificaron de fondo la estructura social de sus países, por el contrario, amainaron la agudización de la lucha de clases, cooptaron o confrontaron los sectores combativos de la clase obrera y las masas populares, en suma, refuncionalizaron el capitalismo en donde fueron gobierno